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sábado, 22 de noviembre de 2014

Sexología y anarquismo: Hartémonos de amor ya que no podemos hartarnos de pan



Layla Martínez

París, año 1900. Las ideas anarquistas y la reflexión científica sobre la sexualidad entran en contacto por primera vez en el piso que tiene en esa ciudad Francisco Ferrer Guardia, donde tiene lugar el primer Congreso Neomalthusiano Internacional. La Liga Neomalthusiana francesa se había creado cuatro años antes, pero es con ese primer congreso con el que se dará un impulso definitivo a las ideas neomalthusianas, en buena medida por la labor que desempeñan a partir de entonces algunos de los asistentes. Entre ellos, el médico holandés J. Rutgers, uno de los impulsores de la legalización de los métodos anticonceptivos en Holanda; Charles Drysdale, autor de la conocida obra neomalthusiana Elementos de ciencia social, reeditada varias veces y traducida a múltiples idiomas; Emma Goldman, cuyas reflexiones sobre el amor y la sexualidad serán claves para el movimiento anarquista, y el propio Ferrer Guardia, que cede su piso porque las autoridades habían prohibido expresamente que el congreso se celebrase de forma pública. Las ideas neomalthusianas eran demasiado peligrosas para el orden social.

En 1798 el economista inglés T.R. Malthus publica su famoso libro Ensayo sobre el principio de la población, en el que predice un aumento de la población muy superior al de los recursos. Durante todo el siglo XIX, esta obra será usada por la burguesía, la Iglesia y los diferentes Estados europeos para justificar la desigualdad social en la que se hallaba el cada vez más numeroso proletariado. Sin embargo, a finales de siglo surge una nueva corriente que readapta la obra de Malthus y la hace útil a unos intereses completamente diferentes: los de la clase obrera. Desde entonces, el neomaltusianismo equivale a procreación consciente, separación entre placer y reproducción, derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su embarazo y rechazo de las políticas natalistas promovidas por el Estado y la Iglesia. Es decir, se empieza a pensar en la sexualidad humana desde un punto de vista científico, alejada de los preceptos religiosos que la habían dominado hasta entonces. Aunque el nacimiento oficial de la Sexología como ciencia tiene lugar en 1907 con la publicación del libro La vida sexual contemporánea, de Iwan Bloch, es el neomaltusianismo el que sienta las bases para que esto sea posible, ya que empieza a elaborar un discurso propio sobre la sexualidad que la saca de las manos de los eclesiásticos.

En esta elaboración de un discurso propio será clave la participación anarquista, que está presente en el neomalthusianismo desde sus inicios como movimiento en el domicilio de Ferrer Guardia. De hecho, a partir de ese momento, el anarquismo será el que lleve la iniciativa en el pensamiento y la práctica sexológica en su conjunto, en el que el neomalthusianismo será un elemento clave pero no el único en el que los anarquistas participarán. Esta toma de la iniciativa del movimiento libertario tendrá especial relevancia en lo que se considera propiamente la labor de un sexólogo: la educación, el asesoramiento y la terapia sexual.

Seguramente el mejor ejemplo de ello sea el trabajo del médico anarquista Luis Bulffi, que ya en 1904 abrió en Barcelona el primer centro de planificación familiar. Además, ese mismo año crea la sección neomalthusiana ibérica, que nace de un ciclo de conferencias impartidas un año antes en esa ciudad y que había supuesto la entrada oficial de esta corriente en España, aunque Ferrer Guardia ya había publicado algunos artículos sobre el tema en el Boletín de la Escuela Moderna. Pero además del trabajo de asesoramiento y difusión, Bulffi iniciará una labor clave en el ámbito de la educación sexual, con la publicación a partir de ese mismo año de la revista Salud y Fuerza y la distribución gratuita de 50.000 ejemplares del folleto Exposición de doctrinas neomalthusianas, en el que se dan a conocer distintos métodos anticonceptivos.

En 1905, solo un año después de la creación de la primera sección en Barcelona, se contabilizan un total de treinta y seis secciones distribuidas por todo el territorio nacional. Estas secciones se coordinarán en la Liga Neomalthusiana Ibérica y en ellas se realizarán labores de educación sexual y de difusión de las tesis de la procreación consciente, poniendo especial énfasis en los métodos anticonceptivos y en la necesidad de que las mujeres decidan sobre sus embarazos. Además, estas secciones se hicieron cargo de extender la revista Salud y Fuerza, que en los primeros meses de su existencia ya editaba alrededor de 4.000 ejemplares, un número muy alto pero que resultaba insuficiente para la gran demanda que había. De hecho, esta revista se convertirá en una publicación clave para el anarquismo español, no solo por sus contenidos –referidos fundamentalmente a temas de salud, alimentación y sexualidad–, sino además porque abrirá el paso a la aparición de otras publicaciones de una relevancia aún mayor para el movimiento libertario, como la Revista Blanca y Generación Consciente, que luego cambiará su nombre por el de Estudios.

Estas publicaciones no tendrán como único interés los temas relacionados con la sexualidad, pero realizarán una contribución determinante en cuestiones que tienen que ver con ella. Especialmente en Estudios, se publicaron artículos fundamentales para el pensamiento anarquista sobre esta temática, que abarcaban desde los métodos anticonceptivos hasta la maternidad, la pareja, la masturbación o la ruptura de la asociación entre el sexo y la reproducción. De hecho, el nivel de discurso alcanzado en estos artículos no se ha vuelto a conseguir ni siquiera en la actualidad, a pesar de la aparente libertad sexual en la que vivimos. Un buen ejemplo es el tratamiento que se hace de los celos dentro de la pareja, a los que se considera un sentimiento autoritario basado en el control y el dominio, mientras que hoy lo más común es considerarlos un sentimiento normal, del que solo hay que preocuparse cuando alcanza límites obsesivos. Otro buen ejemplo es la traducción de artículos de autores como Émile Armand y Enrico Malatesta, que abrieron el debate sobre el amor libre.

Por otra parte, el interés de Estudios por las temáticas relacionadas con la sexualidad no fue algo puntual o secundario, sino que estuvo siempre entre las principales líneas de trabajo de la revista. Esto puede verse con claridad en la cantidad de artículos sobre estos temas que había en los sucesivos números, que frecuentemente llegan a suponer la mitad del total del contenido. Esta gran cantidad de artículos hacía que no todos ellos defendiesen unas mismas ideas, sino que hubiese discusión y debate en torno a temas como la masturbación o la homosexualidad. No obstante, a pesar de este debate, existían unas líneas comunes de pensamiento que giraban en torno a la necesidad de acabar con el control de la sexualidad por parte del Estado, el Capitalismo y la Iglesia, y de luchar por que cada persona sea la que tome las decisiones sobre su cuerpo.

Estas líneas comunes de pensamiento serán las que permitan al anarquismo elaborar un discurso propio sobre la sexualidad que le hará llevar la iniciativa en el pensamiento sexológico durante casi cuarenta años. Por supuesto, hubo otras figuras relevantes en la Sexología de la época en nuestro país –basta con citar a Gregorio Marañón, Hildegart Rodríguez o la organización de las primeras jornadas sexológicas en 1932–, pero lo cierto es que fue un movimiento posterior en el tiempo, como demuestra la tardía fecha de celebración de las jornadas, y limitado a un plano teórico, sin que se pusiesen en marcha otras iniciativas de educación o asesoramiento sexual. Esta labor fue realizada únicamente por el movimiento anarquista, que vio en la sexualidad un ámbito fundamental para conseguir la completa libertad del ser humano.

Sexología y anarquismo en la actualidad

El fin de la guerra civil en 1939 acaba con el movimiento libertario español, que es prácticamente aniquilado. Los anarquistas que no acaban en el exilio, luchan contra el régimen franquista con todas las armas de que disponen durante casi dos décadas, pero en un contexto de represión brutal, el movimiento carece de fuerza para generar debate o pensamiento. En Europa, el escenario tampoco será muy propicio. Aunque la Segunda Guerra Mundial acaba con el triunfo de los aliados, el continente está devastado social y económicamente, y el movimiento obrero necesitará un tiempo para reconstruirse. La hegemonía internacional está ahora en Estados Unidos, que juega un importante papel no solo en el plano económico, sino también en el ideológico. Para el movimiento obrero, incluyendo al anarquismo, esto implicará un importante retroceso, ya que en el contexto de la Guerra Fría todas las ideologías de izquierda serán vigiladas y perseguidas. Para la Sexología supondrá un fuerte cambio de rumbo que le hará perder en gran medida su capacidad emancipatoria y la reducirá a una serie de estudios estadísticos sobre las costumbres sexuales de los americanos y a un conjunto de técnicas para gestionar la vida en pareja. La profunda reflexión sociológica y filosófica de la Sexología europea es sustituida por un pensamiento mucho más pragmático, que pierde la capacidad de entender la sexualidad como un campo de batalla clave para la lucha por la emancipación y la libertad.

Esta forma de entender la sexualidad no volverá a surgir hasta los años setenta, cuando el feminismo cobre fuerza como movimiento y luche por convertir lo personal en político. Las reivindicaciones en torno a la sexualidad vuelven entonces a estar encima de la mesa, y el feminismo comienza a generar un discurso propio sobre cuestiones como el aborto, la maternidad o las relaciones de pareja. Sin embargo, salvo excepciones puntuales, este discurso no conecta con el anarquismo hasta los años noventa, cuando los sectores más radicales del feminismo comienzan a reflexionar sobre la sexualidad, no ya solo desde el punto de vista de reivindicación de los derechos, sino desde el ámbito de la identidad. Se produce entonces una confluencia entre el anarcofeminismo y los sectores más radicalizados del movimiento LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales), que hará surgir un discurso propio sobre la sexualidad, en lo que se conocerá como la teoría queer. Aunque esta teoría tendrá una vertiente puramente académica, también habrá otra que se desarrollará en ambientes mucho más alternativos, como centros sociales y edificios okupados, y que se difundirá a través de blogs y fanzines.

Se construye así un discurso sobre la sexualidad en el que se considera que todo es construido, no solo el género, sino también el sexo, y que, por tanto, todo puede ser destruido y vuelto a construir. Si a esto le unimos las tesis de Foucault, que será uno de los pilares de la teoría queer, y el pensamiento anarquista, conseguimos un discurso de una potencialidad emancipatoria brutal, porque no solo tenemos un análisis brillante sobre cómo la dominación se inserta en los cuerpos, sino además sabemos que esto es social y no biológicamente construido, y disponemos de una ideología –el anarquismo– que nos permite identificar a los responsables de esa dominación y nos da las armas para cambiar las cosas. Tenemos así que el anarquismo y el pensamiento de la izquierda más radical están volviendo a aportar herramientas para crear un discurso propio sobre la sexualidad, capaz de volver a recuperar la iniciativa en este terreno. Esto coincide además con un momento de escasa profundidad teórica en el pensamiento sexológico, en el que la Sexología ha quedado prácticamente limitada a charlas sobre prevención de enfermedades de trasmisión sexual en los institutos. En este sentido, es especialmente importante continuar en ese camino de recuperación de la iniciativa, ya que el anarquismo tiene la oportunidad de dotarse de una herramienta teórica fundamental en la lucha contra la dominación.

El control y la dominación sobre los cuerpos

Desde sus inicios, una de las estrategias fundamentales de dominación del capitalismo ha sido el control sobre los cuerpos. Este control se inicia ya en el tránsito del feudalismo al capitalismo, cuando se desposee a la población de los saberes y las prácticas tradicionales de cuidado del cuerpo, iniciando una ofensiva planificada contra las mujeres que las realizaban, que son acusadas de brujería. Sin embargo, en este momento, las estrategias de control de los cuerpos son todavía incipientes, ya que el Estado, que será el encargado de llevarlas a cabo, está todavía en proceso de construcción. Más que el control, la estrategia generalizada de este periodo será la desposesión, tanto en el plano cultural como en el material. Cientos de miles de campesinos de toda Europa son despojados de sus derechos tradicionales sobre la tierra y obligados a convertirse en mano de obra asalariada, tanto en el campo como en la industria que comenzará a desarrollarse. Expulsados de sus tierras, masas de campesinos se desplazarán de una ciudad a otra, intentando conseguir trabajo en campos y talleres. El capitalismo consigue así la acumulación originaria de cuerpos que necesita para funcionar.

Y una vez que se tienen los cuerpos, deben ser disciplinados para hacerlos funcionales a las necesidades del nuevo sistema de producción que está empezando a aparecer. El encargado de ello será el Estado, que a partir de la Ilustración comienza a crear las instituciones necesarias para ello. La escuela, el hospital y la prisión se convierten en las fábricas perfectas de cuerpos disciplinados, perfectamente adaptados a las condiciones de trabajo existentes en un capitalismo que va desarrollándose cada vez más. Será un proceso que durará casi dos siglos, pero que estará siempre guiado por una misma línea de actuación: el control y el disciplinamiento de los cuerpos en función de las necesidades de la clase dominante.

Este proceso se intensificará especialmente a partir de mediados del siglo XIX, cuando las necesidades de obreros dóciles capaces de aguantar las condiciones de trabajo en las fábricas aumenten exponencialmente por la extensión de este sistema de producción. Es entonces cuando la burguesía victoriana comienza a prestar una especial atención a la sexualidad, desplegando una ingente cantidad de dispositivos de control sobre cualquier manifestación erótica o sexual. El uso de estos dispositivos se irá extendiendo poco a poco a la clase obrera, a través de las instituciones de control del Estado, sobre todo la escuela y el hospital. Sin embargo, se trata todavía de unos dispositivos de control externos, que disciplinan al cuerpo desde fuera, como los castigos corporales, el internamiento en cárceles y psiquiátricos, los corsés o los aparatos metálicos para evitar la masturbación.

Pero al sistema le queda aún un paso más que dar en esa estrategia de dominación, el último hasta la actualidad: los dispositivos de control internos. A partir de mediados del siglo XX, una vez que el movimiento obrero se encuentra bastante deshecho respecto a las épocas anteriores, el sistema ha aprendido la lección, y pone en marcha unas técnicas de control que generan menos oposición porque actúan dentro de los cuerpos, y no fuera de ellos. Comienzan a desplegarse entonces una serie de dispositivos de dominación que actúan desde dentro, por debajo de la piel, y que serán administrados fundamentalmente por el sistema médico: prótesis, tranquilizantes, antidepresivos, biotecnología, cirugía estética, ingeniería genética. Si antes el símbolo era el corsé, ahora será la prótesis de silicona. Si antes se administraban electroshocks, ahora se darán cantidades ingentes de ansiolíticos y antidepresivos.

Se trata de un avance cualitativo muy importante, porque ahora la dominación no solo se ejercerá desde fuera, sino también desde dentro de los cuerpos, lo que hace mucho más difícil identificar al enemigo y luchar contra él. Además, se trata de una desposesión absoluta, porque ya ni siquiera tu cuerpo te pertenece, sino que está intervenido y atravesado por el sistema. No es solo que te hayan quitado las decisiones sobre él o la capacidad de alimentarlo o cuidarlo de una forma adecuada, sino que además tienes al sistema debajo de la piel.

En esta estrategia de control de los cuerpos, la sexualidad en un sentido amplio es un elemento clave, porque no solo determina la forma de relacionarnos con los demás, sino también lo que somos, nuestra propia configuración como hombres y mujeres. Desde que nacemos, nuestro sexo –o más bien la construcción social que se hace en torno a él– determina nuestra forma de ver el mundo y de relacionarnos con él, y la forma en que vamos construyendo y viviendo nuestra sexualidad marca las relaciones que establecemos con los demás, tanto de uno como de otro sexo. De ahí el interés del sistema por controlar este ámbito, ya que si puedes disciplinar la sexualidad, puedes disciplinarlo todo.

Propuestas

La sexualidad es una cuestión política que se construye discursivamente, es decir, a partir de los discursos hegemónicos y contrahegemónicos que se crean en torno a ella. Obviamente, no todos los discursos tienen el mismo peso en esa construcción, pero todos muestran cómo nuestro sexo y nuestra sexualidad no son previos a los discursos sobre ellos, cómo son productos culturales y no biológicos. Esto no quiere decir que no haya una base biológica, pero esa base es modificada y utilizada en función de los discursos construidos socialmente, y eso es lo fundamental, porque es lo que permite que podamos usarla para ser dominados o para ser libres. La libertad requiere la emancipación en todos los aspectos, y no podemos ser libres con unos cuerpos disciplinados en función de las necesidades del sistema. Por ello, el anarquismo necesita recuperar la iniciativa en el pensamiento sobre la sexualidad, volver a construir un discurso propio que tenga como objetivo la lucha contra el disciplinamiento de los cuerpos y el fin de todas las formas de dominación. Sin ello, sin un pensamiento contrahegemónico capaz de hacer frente al discurso del sistema, careceremos de herramientas teóricas para luchar por la emancipación, y ya sabemos que, a decir de Soledad Gustavo, "las revoluciones no son hijas del estómago, son hijas del pensamiento".

Por ello, debemos aumentar la reflexión y el debate sobre nuestra sexualidad y nuestros cuerpos desde dentro del movimiento anarquista, especialmente en un momento en el que no hacerlo implica que la iniciativa en este ámbito la lleven los grupos antiabortistas o la propaganda de Hollywood, en la que se normalizan situaciones de control dentro de la pareja y en la que se refuerza constantemente la idea de que ésta implica una entrega total a la otra persona por la que debemos renunciar a nuestras propias ideas y deseos, sobre todo en el caso de las mujeres. Además, en este debate es importante tender puentes y construir alianzas con el anarcofeminismo y los sectores más radicales del movimiento queer, que ya han sentado las bases de una reflexión que debe hacerse extensiva a todo el pensamiento libertario y no únicamente a un sector de él. En ocasiones, el feminismo y las tesis queer parecen encontrar resistencias en el movimiento anarquista más convencional, que las considera unas cuestiones secundarias respecto a temas laborales o económicos. Sin embargo, la riqueza del anarquismo está precisamente en que nunca fue como el marxismo, nunca fue solo una teoría económica, sino que es una filosofía de vida, una ideología que lucha contra la dominación en todas sus manifestaciones, y no únicamente en el plano económico. Por eso, el anarquismo siempre entendió que no era suficiente con tomar los medios de producción, sino que la libertad era mucho más que eso y que empezaba precisamente en el fin de la domesticación sobre los cuerpos. A partir de este debate, el anarquismo deberá pasar a la práctica y construir movimiento mucho más allá del plano teórico, en la calle, pero para ello el primer paso debe ser la reflexión.

[Publicado originalmente en Estudios (revista teórica de la CNT) # 2, 2012. Número completo accesible en http://dialnet.unirioja.es/servlet/ejemplar?codigo=322310.]


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