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lunes, 18 de agosto de 2014

Anarquismo y psicología social


Capi Vidal

La psicología social, a pesar de ser una disciplina que nace en la modernidad, puede decirse que hunde sus raíces en Aristóteles, uno de los primeros autores que se esfuerzan en establecer unos principios sobre la influencia y la persuasión en la sociedad. El filósofo griego tenía una concepción de la polis como una comunidad de ciudadanos, por lo que no puede equipararse a lo que entendemos como Estado en la modernidad; en el pensamiento de Aristóteles esta muy presente, asimismo, la idea de participación ciudadano en el gobierno de la polis, hasta el punto de considerar que solo participando en la comunidad política es posible la felicidad personal(1). Para el caso que nos ocupa, dejemos clara la referencia a la sociabilidad en este filósofo, que deja la semilla de lo que luego será la sicología social exponiendo algunos principios básicos sobre la influencia y la persuasión sociales; la conocida expresión Zóon politikon alude al hombre como animal ciudadano, con una tendencia natural a asociarse y a alcanzar la felicidad, única y exclusivamente, en la polis. Kropotkin tendrá una visión similar y considerará a la sociedad connatural al hombre; así, comparte con Aristóteles la condición del ser humano como "animal social"; la tesis sostenida en El apoyo mutuo (1902), que no recibió excesiva atención en su época al no casar con los intereses políticos y económicos, ha ido cobrando crédito en el ámbito científico a lo largo del tiempo. La lucha por la existencia no sería de uno contra todos, sino de grupos de individuos contra el medio adverso, de tal manera que la cooperación se convierte en un factor determinante(2). Bakunin también señaló la dependencia del ser humano respecto a su entorno; considera que la voluntad humana es determinada, no incondicional, ya que el hombre, durante su desarrollo vital, es el resultado de acciones, circunstancias y condiciones, materiales y sociales, que continúan formándole durante toda su existencia. Podemos decir que, para el pensamiento anarquista, tal y como nace en el siglo XIX, la sociedad es la base de la existencia humana(3). No creemos que nadie pueda negar ya que somos "animales sociales" hasta el punto que puede decirse que las demandas de la vida social han sido más determinantes en la evolución, incluso, que las exigencias del medio físico. También parecen existir tendencias aparentemente contradictorias en la especie humana, de las que también se ocuparon los pensadores anarquistas, como es la búsqueda de interés personal junto a la necesidad de pertenencia al grupo.



No es hasta los años 30 del siglo XX, cuando comienza el auge de la psicología social empírica; muchos autores contemporáneos han considerado que resulta primordial para resolver algunos problemas de las sociedades modernas. Si queremos dar una definición extremadamente sencilla a la psicología social puede ser el estudio de cómo las creencias, sentimientos y actitudes de las personas se ven influenciadas por la presencia de otros seres humanos en la vida en sociedad. Una primera ley de la psicología social puede considerarse el hecho de que el comportamiento descabellado de las personas en algunos momentos no supone que estén locas; cualquiera puede caer en determinados procesos, si se producen las condiciones sociopsicológicas adecuadas, conducentes a un tipo de conducta muy concreto(4). Así, existe una tendencia a etiquetar a las personas de "malas" o "desagradables", según unos cánones de normalización social, y no es necesario profundizar en los problemas ni indagar en conductas que simplemente se desaprueban.

La cognición social alude a cómo entendemos el mundo social tomando nuestras más importantes decisiones según esa construcción y comprensión del entorno en el que vivimos. Hay que decir que existe cierta tendencia en la cognición humana a creer que se está en lo cierto sin tener en cuenta que nuestro acceso a la información y nuestro modo de procesar los datos, dos factores primordiales para el pensamiento racional, son siempre muy limitados. Como no resulta atractiva la idea de que la mente humana es limitada, sin conexión alguna con lo absoluto, tendemos a adoptar atajos cognitivos, tal vez útiles en la vida cotidiana, pero que también conducen a graves errores y a una idea sesgada del mundo(5). Desde una perspectiva libertaria, se trata de un motivo más para rechazar las verdades absolutas, asumiendo que todo juicio es relativo, y abogar por el pensamiento y la comunicación racional.

Conformismo y persuasión social

El viejo concepto de "animal social" de Aristóteles puede adaptarse hablando en la sociedad contemporánea de una permanente tensión en la persona entre su "individualización" y los valores asociados al conformismo; esta noción de conformismo vamos a definirla como una cambio en las creencias o conductas de una persona debido a la presión, real o imaginada, de otro individuo o grupos de individuos(6).

Son muchos los factores que ayudan a reducir o aumentar el conformismo: si el individuo encuentra a otras personas con opiniones similares, en disenso también con la mayoría, la subordinación y conformismo se reducen; la unanimidad, al margen del tamaño del grupo, contribuye al conformismo; el carácter del individuo, según tenga alta o baja la autoestima, condiciona para una posición más o menos conformista; en la misma línea, la visión que tenga la persona de sus propias habilidades le llevará a reducir o incrementar su subordinación al grupo; el prestigio de algunas personas también empujará al conformismo; o el hecho de que los miembros que son inducidos a ser aceptados de manera moderada tienden más a adaptarse a las normas y pautas de conducta creadas por el grupo, que aquellos que se ven empujados a la aceptación de manera tajante. Como resumen, es importante partir de esta influencia que ejercen los otros, de manera intencional o no, y el efecto notable que supone para la conducta de la persona; si hablamos de la posibilidad de una mayor consciencia y libertad para las personas, resulta tremendamente importante comprender cómo funciona ese proceso, así como las consecuencias no deseadas que puede tener. Podemos hablar de tres clases de respuesta ante la influencia social: sumisión, en la que la conducta se ve condicionada por el deseo de obtener una recompensa o una sanción, por lo que su duración va unida a cualquiera de esas dos motivaciones; identificación, donde la motivación tiene su origen en el deseo de parecerse a una determinada persona influyente y en la que, a diferencia de la anterior, el individuo es sincero hasta cierto punto en los valores que adopta, y por último, la interiorización, de raíces más profundas que la mera identificación, ya que la motivación estriba en el deseo de estar en lo cierto, la persona influyente goza de un digno crédito y de buen juicio, por lo que se aceptan sus creencias hasta el punto de que la persona influía las incluye en su sistema de valores, termina independizándose de la fuente de origen y será sumamente resistente al cambio. Como ya puede deducirse, la fuerza más poderosa para la influencia social es la interiorización, ya que el deseo de estar en lo cierto no demanda de vigilancia externa alguna, de recompensa o de castigo tal y como se produce en la sumisión, ni tampoco tiene condicionantes afectivos como en la identificación(7).

La sociedad contemporánea es eminentemente mediática, por lo que se buscan, de una manera u otra, con mayor o menor sutileza y de forma constante, técnicas de persuasión de masas. La televisión ejerce una influencia notable, medio en el que prima el entretenimiento incluso en lo informativos; por ello, las noticias tendrán siempre un componente activo y violento en aras de un mayor espectáculo. El origen de la creencia de que las personas son, por lo general, violentas está con seguridad en esta influencia mediática, cuando es posible que la mayor parte de la gente se comporte de manera pacífica y ordenada; sin que exista muchas veces intencionalidad en ello, los medios contribuyen a difundir esta imagen de violencia y crueldad en la sociedad. No obstante, existen técnicas más conscientes y directas de persuasión social, no puede tampoco obviarse que la sociedad estatal y capitalista está sometida a las mentiras de un discurso dominante ocultando aspectos fundamentales de la realidad de los pueblos; para mantener las estructuras de explotación y el conformismo social existe también por parte de los medios de comunicación una notable producción de conocimiento, y en nombre muchas veces de un cuestionable sentido común(8).

La psicología social nos dice que los grupos tienden a preferir a personas conformistas, por lo que hay que tener la capacidad de discernir de forma correcta entre nuestras razones para el inconformismo, o defensa de nuestra individualidad, o para lo que podemos llamar un conformismo racional y positivo, es decir, aportación a un proyecto colectivo. Si el conformismo más penoso tiene que ver con el premio o el castigo que puedan conseguirse, un buen ejemplo de plegarse a la conducta del grupo de modo racional puede ser la aceptación de personas con mayor conocimiento en la que hay que apoyarse; es la vieja distinción en el anarquismo entre autoridad coercitiva y una mera autoridad técnica. Las investigaciones en psicología social demuestran que las personas con mayor habilidad y experiencia generan una mayor fe en los demás a la hora de seguir su ejemplo. Obviamente, hay que trabajar siempre por que la realidad sea nítida, por una plena consciencia de lo que está ocurriendo y por una explicación sobre los hechos, en aras de que no se produzca ninguna dominación y manipulación, por sutiles que aparezcan, ni se genere una clase dirigente mediadora.

El anarquismo y la psicología

Como ya hemos apuntado, los pensadores anarquistas clásicos ya se ocuparon en algún momento de la psicología para sus ensayos; así lo hicieron Proudhon, Bakunin y, especialmente, Kropotkin, que dedica gran parte de su obra a demostrar la importancia del libre desarrollo de las personas en la vida cotidiana. Como hemos visto antes, es posible que los ambientes sociales, debido a estos mecanismos explicados por la psicología social, tiendan a inhibir el espíritu de rebeldía en el ser humano; sin embargo, lo que es cierto es que esa tendencia a rebelarse contra lo establecido apelando a un mundo mejor, y que halla en el anarquismo su máxima expresión, no desaparece por completo y un numero considerable de personas la preserva y desarrolla de manera encomiable. Ese espíritu rebelde suele ir unido a una tendencia innovadora, que incuestionablemente tiende a indagar en las cuestiones y a realizar un examen crítico. El perfil psicológico del anarquista, pues, se caracteriza por una tendencia a la rebeldía, la crítica y el pensamiento racional, en aras de obtener mejores resultados. Es un factor primordial para las ideas libertarias, que debería mantenerlo a salvo de todo dogmatismo y, consecuentemente, le blinda frente a esos mecanismos manipuladores de los que nos habla la moderna sicología social. A finales del siglo XIX, un importante ensayo trata de mostrarnos que los adeptos a una determinada ideología tienden a mostrar unos rasgos psíquicos similares(9).

Tal y como nos lo muestra Hamon, el espíritu rebeldía no es, obviamente, el único rasgo del carácter psíquico anarquista: junto a él se encuentre un profundo amor a la libertad, que le hace rechazar cualquier ley impuesta por la fuerza. Detrás de ello se encuentra un deseo de que toda individualidad humana se deshaga de todos los obstáculos que impiden su desarrollo. Por lo tanto, encontramos a priori esos tres rasgos sicológicos en el anarquista: rebeldía, amor por la libertad e individualidad (amor por el yo). Sin embargo, el perfil todavía estaría incompleto si no hablamos también de un profundo sentimiento de altruismo, una gran sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, algo que le empuja a fortalecer algo que la sicología moderna considera primordial: la empatía. Si no hablamos de un perfil sicológico compuesto por lo siguientes rasgos, no estamos hablando con seguridad de un completo anarquista: rebeldía, amor por la libertad, individualismo, altruismo, sensibilidad… Todavía hay otra característica síquica, consecuencia de todas las anteriores: un sentimiento de justicia, no basado en un ciego ideal o en la irracionalidad, y sí con una base que tiende a la lógica. Es decir, el anarquista tiende a buscar un sentido racional y una consciencia en los objetivos que persigue, por lo que a la fuerza tenderá a razonar y a reflexionar, aunque existan otros factores también con gran peso como es la sensibilidad moral(10). No obstante, estos diferentes rasgos psíquicos del anarquista, como es lógico, no se muestra en perfecta armonía y algunos de ellos puede tener más peso o, incluso, el resto subordinarse al mismo. La importancia de la obra de Hamon estriba, no solo en aspectos teóricos y reflexivos, sino en el trabajo de numerosas experiencias vitales.

La psicología como ciencia social, de aspiración transformadora, se apoya notablemente en los pensadores anarquistas clásicos, notablemente interesados también en su obra por el campo psicológico. Al igual que realiza el anarquismo con todos los ámbitos de la vida social, política y económica, la psicológica social libertaria, radical  y emancipatoria como veremos a continuación, parte de la crítica permanente de las bases y escuelas sobre las que se fundamentan y actúan las teorías psicológicas(11).

Psicología social crítica y radical

Gracias a nuevas perspectivas dentro del campo psicológico, como es el caso de la psicología social crítica, los valores anarquistas se convierten en fundamentales, ya que las personas tienen una vida más plena y satisfactoria cuando participan en la toma de decisiones y se muestran cooperativos con sus semejantes en un entorno de igualdad(12). Así, necesariamente, encontramos un nuevo horizonte para la psicología social, gracias a una vinculación de la crítica con los valores libertarios, en la que se ocupa de la organización y mejora de la sociedad, aportando una nueva forma de observar el mundo cuestionando lo establecido. Como no puede ser de otro modo, se realiza una crítica radical a la psicología propiamente dicha, por su estandarización e institucionalización. Encontramos aquí un paralelismo entre las visiones antagónicas que aportan el liberalismo y el anarquismo con la psicología tradicional, que concibe al individuo con límites cerrados, y la psicología social crítica, que observa a la sociedad estrechamente vinculada al individuo. Por lo tanto, al igual que la ideas libertarias, la psicología social crítica tiene como objetivo la emancipación social.

Para llegar a una psicología a la que poder adjetivar como anarquista, tenemos que dar un paso más con la llamada psicología social radical, cuyos principios pueden ser los siguientes: un rechazo a toda práctica psicológica manipuladora; una profundización en los problemas, no solo ocuparse de los síntomas; un análisis global (holismo); innovación en prácticas que respondan a las necesidades y problemas de las personas; trabajo en situaciones cotidianas para transformarlas; denuncia y subversión de las relaciones opresivas, y la transformación social(13). Por lo tanto, la psicología social radical hace más énfasis en la transformación social que en la crítica, y lo realiza desde una perspectiva libertaria al buscar la destrucción de toda estructura de poder y dominación. Al mismo tiempo, considera que la transformación debe convertirse en una práctica social en las comunidades víctimas de la opresión. Si la crítica puede definirse como pensar en futuros alternativos, el radicalismo da un paso más y considera que las estructuras opresoras pueden ser destruidas; desde esta base nacería una psicología anarquista.

Psicología social y construccionismo
La psicología social crítica ha visto potenciado su desarrollo por el construccionismo, algo explicable por un cambio en las sociedades, que algunos autores vinculan con el posmodernismo. Dejaremos para otro artículo la profundización en el debate sobre la visión posmoderna, tantas veces de tendencia reaccionaria(14), con su feroz crítica a los valores de la modernidad, y especialmente la muy cuestionable distinción radical entre un anarquismo clásico y un anarquismo posmoderno. Lo importante para el caso que nos ocupa es que la psicología social alcanza un alto grado de madurez abandonando, eso sí, toda tentación autoritaria que pudiera ir pareja a algunos de los valores de la modernidad; gracias al construccionismo, que considera la realidad social como resultado de las prácticas humanas, se desmantela ese dispositivo autoritario, puede que involuntario y tal vez bienintencionado en gran parte de los casos, que pretendería tratar la psicología como una disciplina científica que nos dijera todo lo que hay que saber sobre la realidad de los seres humanos. Todo esto tiene mucho que ver con una de las críticas radicales que realiza la visión posmoderna, la existencia de una objetividad, basada en la creencia de una realidad independiente de los seres humanos, a la que podríamos acceder gracias al método científico. No se niega, obviamente, que la realidad exista, sino que lo haga con independencia del modo que los seres humanos acceden a ella; es decir, los objetos existen tal como nosotros creemos que existen debido a nuestras propias características que los hacen existir de esa manera; los objetos presentes en la naturaleza, dicho de otro modo, no son preexistentes a nuestra representación, sino que son objetivaciones que resultan de nuestras propias características, así como de nuestras prácticas y convenciones(15).

Las consecuencias de considerar que la realidad está instituida por nosotros, y no existe con independencia de nuestro modo de acceso a ella, tiene importantes implicaciones para la psicología. Así, los fenómenos psicológicos tampoco vienen dados, sino que son construidos por medio de nuestras prácticas; estas prácticas, serían cambiantes y relativas según la cultura en que nos encontremos, por lo que los fenómenos psicológicos también se verían conformados de forma parcial por nuestra manera de representarlos. Los psicólogos, entonces, no pueden ser neutrales, sino que también tienen una responsabilidad en la conformación de la realidad de los seres humanos, no solo por sus conocimientos aprendidos, sino de forma más directa a partir de los conocimientos que elaboran. Es decir, si el psicólogo se adhiere a la creencia de que existe la objetividad, le convierte en mero cronista de la realidad eludiendo todo compromiso; las implicaciones autoritarias sobre las personas son obvias, ya que el discurso del psicólogo solo puede ser cuestionado según unas supuestas reglas de la objetividad. El resultado de aceptar normas objetivas en la psicología resulta en negar varias cosas: que la realidad psicológica es una construcción contingente, resultado de determinadas prácticas sociohistóricas y sin una esencia previa a la que poder agarrarse; que el discurso del psicólogo es igualmente convencional, una interpretación entre otras muchas sin que pueda considerarse mejor correspondida con la realidad; como hemos dicho anteriormente, se impide ver que el discurso del psicólogo tiene también una responsabilidad en la conformación de la realidad psicológica y, por tanto, se le debe pedir responsabilidades sobre sus opciones normativas, por último, se impide con la operación autoritaria que la gente pueda intervenir en cuestiones psicológicas, ya que será solo un especialista u otro el que detecte el fallo y decida el camino a seguir. Como resumen, decir que la creencia en la objetividad de la disciplina psicológica ha llevado a convertirla en un proyecto autoritario, que informa a las personas de la verdad de su ser sin darle más posibilidad que la del acatamiento(16).

El camino transitado por psicólogos sociales, que algunos han etiquetado de posmodernos, puede considerarse radicalmente innovador y de tendencias emancipatorias, por lo que inevitablemente les ha acercado a las ideas sociopolíticas que con mayor vigor afrontan los nuevos tiempos: el anarquismo. El posmodernismo, en su cuestionamiento de todo fundamento para los grandes relatos, se convierte en una poderosa herramienta al servicio de la crítica radical a la psicología tradicional. Aunque ya hemos dicho anteriormente que no queremos profundizar en el debate sobre el posmodernismo, ya que los planteamientos de algunos de sus autores son demasiados descabellados y desesperanzadores de cara a un objetivo emancipatorio, sí hay que señalar la importancia de utilizar algunos de sus argumentos para deslegitimar la psicología tradicional como aliada de las clases dominantes en la sociedad estatista y capitalista. Hablamos, por lo tanto, de una psicología social profundamente crítica y radical, de características emancipatorias, por lo que solo puede ser tildada de anarquista(17).

Conclusiones

Aristóteles, con su concepto de Zóon politikon, que alude a la capacidad del ser humano para organizarse en sociedad (la polis) y buscar la felicidad en ella, fue el precursor de la psicología social, a pesar de ser una disciplina que nace en el siglo XIX. Ya el anarquismo clásico, en la misma época, se ocupó de aspectos psicológicos, especialmente Kropotkin con sus estudios sobre lo pernicioso del ambiente carcelario y su concepción de la libertad como un factor primordial en el desarrollo de las sociedades humanas. Si la psicología social explica cómo gran parte de las personas adoptan en sociedad una actitud dócil y conformista, el perfil psicológico anarquista tiende a rebelarse contra lo que considera injusto y racional reclamando, tanto una individualidad interesada en su máximo desarrollo, como una aportación racional, constructiva y solidaria al conjunto de la sociedad.

En los últimos años, se ha producido una concomitancia valiosa entre la psicología, como ciencia social, y el anarquismo, como teoría emancipatoria. El anarquismo, con su poderosa concepción de la libertad, estrechamente vinculada a la igualdad social, favorece que las personas tengan una vida más plena y feliz, si verdaderamente pueden cooperar y decidir sobre los asuntos que les afectan en un contexto igualitario. El construccionismo social ha favorecido esa tendencia, que ya podemos denominar psicología anarquista, con la radicalización de la psicología social crítica en un contexto posmoderno en el que se cuestionan los grandes discursos ideológicos y se anula toda visión esencialista sobre la naturaleza humana, algo que ha propiciado un proyecto normativo y autoritario dentro de la psicología. Al ir pareja la represión social a la represión psicológica, solo podemos congratularnos de esa asociación entre la psicología y las ideas libertarias. Como ha señalado Anastasio Ovejero, "los psicólogos sociales postmodernos están estableciendo las bases psicosociales de la ideología anarquista".

Notas:

1.-W.R.C. Guthrie, Historia de la filosofía griega, volumen VI (Gredos, Madrid 1993).

2.- Piotr Kropotkin, El apoyo mutuo (Ediciones Madre Tierra, Madrid 1989).

3.- Mijaíl Bakunin, Escritos de filosofía política (Altaya, Barcelona 1994).

4.-Elliot Aronson, El animal social (Alianza, Madrid 2007).

5.-Ibídem.

6.-Ibídem.

7.-Ibídem.

8.- Andrey Velásquez Fernández y Yuranny Helena Rojas Garzón, "Nuevas perspectivas desde la psicología social crítica: Psicología anarquista" (Universidad del Valle - Instituto de Psicología, Santiago de Cali, Febrero de 2011).

9.- August Hamon, Psicología del socialista-anarquista: http://www.kclibertaria.comyr.com/lpdf/l220.pdf
10.-Ibídem.

11.- Andrey Velásquez Fernández y Yuranny Helena Rojas Garzón… op. cit.

12.- Ibídem.

13.- Ibídem.

14.-Anastasio Ovejero Bernal, "Psicología social potmoderna emancipadora. Entre la psicología crítica y el postmodernismo" (Universidad de Oviedo): http://es.scribd.com/doc/185080841/36138146-Psicologia-Social-Postmoderna-Emancipadora.

15.-Tomás Ibáñez, Municiones para disidentes (Gedisa Editorial, Barcelona 2001)..

16.-Ibídem.

17.-Anastasio Ovejero Bernal… op. cit.

[Fuente: http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com/2014/08/la-psicologia-social-y-el-anarquismo.html.]

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