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lunes, 7 de julio de 2014

Debate: Las viudas de Giordani

Siguiendo con el chavismo y sus conflictos internos, acá va un análisis no solo de la postura de Giordani y su carta, si no de todo el andamiaje chavista en su conjunto.

Por Jeudiel Martínez

…al final lo que ha devenido necesario es lo más imposible…

M. Foucault.



1.    Futuro pasado
Todos conocen ese cliché de la ciencia ficción en que un personaje recibe la visita de su doble de otra época, a veces más maduro y sabio, a veces más joven e ingenuo. La dirección del chavismo ha tenido una experiencia bastante parecida en los últimos días cuando han recibido los reproches de lo que podríamos llamar “el chavismo del pasado” que les acusa no solo de haberse desviado de la senda, sino de traicionar todo lo hecho por Hugo Chávez.

El “debate” o la “polémica” iniciada con la carta del infame Giordani es solo tangencialmente económica, pues realmente trata del viejo tema de la lealtad y la traición en la clave judeocristiana a la que nos tiene acostumbrado el chavismo. Pero al escuchar al Presidente Maduro hablar de “izquierda trasnochada” uno sabe que algo distinto está pasando. Que la izquierda -y la derecha1- venezolanas son patéticamente trasnochadas es un hecho obvio, es una enorme vaca muerta en medio de la sala: la indigencia de nuestro discurso político, teórico, científico etc. es evidente. Pero cuando Maduro azota al chavismo de la navidad pasada lo hace porque su propio catolicismo decadente ha sido vuelto contra él gobierno, y hoy, una pequeña cohorte de funcionarios más estatistas que el estado quiere poner al gobierno en el banquillo. Si el gobierno recibe reproches como esos es su culpa.


Hace más de una década el chavismo vive en un mundo donde dios y el diablo explican los terremotos y todo se reduce a la acción de esos duendecillos malignos que sabotean en la noche lo que las buenas gentes hacen en el día. Y es en esos términos, pero exacerbados, con los que Giordani ataca al gobierno y son los mismos en los que le responde el gobierno a esto que, tememos, es lo más cercano a una “disidencia” que ha tenido ni tendrá jamás el chavismo: ni una palabra sobre economía, o planificación, y muchas sobre el tema de la traición y la lealtad: "la lealtad no es una moda, es una posición del espíritu2, y “La crítica no puede estar por encima de la unidad de los revolucionarios3” así proclama la jerarquía del chavismo, como de pasada, la muerte de la política. Esto se debe a que la carta de Giordani nos propone una horrible política de la verdad y del error: el gobierno se estaría equivocando, porque está traicionando. No olvidemos que la carta de este ministro, que duró casi década y media en su cargo, no contiene ningún análisis de la coyuntura  económica, social  o  política venezolana,  sino  un recordatorio  de cómo sus informes no fueron leídos, sus recomendaciones no se siguieron, como no le dejaron nombrar a su gente en tales cargos la “unidad de mando”- y como él y no Maduro es el más fiel seguidor de Chávez: mezquina, cuasi religiosa, leguleya, la carta usa la jerga del funcionariado chavista y en esa jerga se le ha respondido. Así, la discusión es menos de los efectos de lo que el gobierno hace hoy o de lo que hizo ayer y mucho de si se mantiene en la línea de cierta liturgia y de cierta ortodoxia “estas equivocado porque te desviaste” seria la consigna. Eso es lo que las viudas de Giordani le achacan sea al gobierno, sea a figuras como el presidente de Datanalisis, pues alguno de ellos estaría planeando un terrible “paquete”. Entonces se nos plantean dos preguntas ¿se está desviando el gobierno de algún camino, y por ende, apartándose de cierta ortodoxia, del “Socialismo del siglo XXI? ¿Está alguien preparando un “paquete neoliberal”?

2.  Ortodoxia
Si planteamos la cuestión en términos de una supuesta ortodoxia resulta que ambos están equivocados y ambos tienen razón: el gobierno si se está apartando de una  senda claramente definida,  y sin embargo, los que realmente se están desviando de la ortodoxia chavista son Giordani y su “barra brava” de ministros en desgracia.

¿Cómo es esto posible? Muy sencillo: porque la ortodoxia chavista –digámosle socialismo del siglo XXI o como queramos- nunca ha sido más que lo que el gobierno hace y dice en un momento determinado. Si la pragmática del chavismo nos dice algo –y no toda esa insufrible cháchara sentimental sobre la revolución- es que lo esencial es la producción y gestión de unidad, de unanimidad, cuyo vértice es el gobierno que encarna la unidad de los revolucionarios y al que hay que ser “espiritualmente leal”: El gobierno es la suprema personalidad colectiva en torno a la que el chavismo tiene sentido y coherencia. De ahí la preocupación de Hugo Chávez de que la sucesión de Maduro fuese “clara como la luna llena”, que los magnates del chavismo hayan puesto sus diferencias en segundo plano para apoyar al presidente y que el antichavismo haya estado, como siempre, grosera y ridículamente equivocado cuando esperó que los chavistas se acuchillaran unos a otros tras la muerte del caudillo. Vano es entonces el intento de Giordani de demostrar que el gobierno se aleja de una línea pre-establecida, pues la línea es siempre el camino que el gobierno decide recorrer. El chavismo es, básicamente, una gubernamentalidad4. No solo una forma de gobernar sino una estrategia de estatización, nace de un intenso deseo de un estado fuerte que subsuma y abarque la población organizándola y protegiéndola.

Pero esto se puede lograr de muchas formas; por ello, no es una doctrina que se aplique con mayor o menor celo, no tiene unos principios generales de los que se deduzcan conclusiones particulares, e incluso como estrategia, tiene líneas constantes y otras variables y muchos matices. Así que es completamente vano reivindicar un sistema coherente en los discursos y acciones de Hugo Chávez respecto a los que se pueda ser leal o no. No olvidemos que apoyó muchas veces líneas de acción que se contradecían: exigió en términos categóricos e inequívocos que todos los partidos se disolvieran y entraran en el PSUV y luego les dijo que no había problema y que fueran tranquilamente al “Gran Polo Patriótico”; condenó a las transnacionales y les dio concesiones en la faja del Orinoco ; creo toda una cultura y una ritualistica basada en la condena al golpe de abril y sin embargo indulto –con su puño y letra- a sus autores intelectuales; adversó a los medios privados pero benefició a Cisneros con un acuerdo que le dio el casi el monopolio de la televisión comercial; fustigó el capitalismo y la codicia pero permitió el crecimiento de grandes fortunas privadas ligadas al gobierno.

Los “golpes de timón” de Hugo Chávez eran más comunes de lo que la gente quisiera recordar: frecuentemente eran erróneos u oportunistas y muchas veces venían a corregir problemas generados por decisiones anteriores. Por ejemplo, es muy difícil entender cuál era la “necesidad estratégica” de indultar a los responsables del golpe, que más bien era una reacción exagerada a la derrota de una reforma constitucional que despertó fundadas suspicacias de chavistas y antichavistas por igual. Es inevitable que millones de venezolanos tengan una imagen sacralizada de Hugo Chávez y de su tiempo en el poder: de ella participan los que le creen un salvador y los que creen un anticristo, pero aquello que es improfanable, es decir, aquello que no podemos cuestionar, pensar, enfrentar, etc. Deja de ser político. Más cerca de la “muerte de la política” que todas las ilusiones tecnocráticas están los altares a los que tan afecta es la izquierda: esa idea romántica del gobierno de Hugo Chávez como un periodo casi utópico o el horrendo planteamiento de la elite chavista de que la lealtad y la unidad están por encima de la “critica” proponen instancias que están fuera de alcance de todos menos de los que las ocupan : la unidad es unidad de mando, la lealtad es lealtad a una persona singular o corporativa, y cuando se dice que la lealtad y la unidad están por encima de todo ¿cómo no van a estar por sobre la política esas personas y ese mando?. Pero si rememoramos la historia de los últimos años y nos alejamos de esta idea del “gran sistema chavista” de pensamiento, del “socialismo del siglo XXI” que es poco más que un mito publicitario usado por unos para encantar y por otros para horrorizar, podemos, sin mucho riesgo, constatar algunas cosas: Nunca existió, una “doctrina socialista” coherente en los tiempos de Hugo Chávez. Una senda inequívoca y detallada de la que nos podamos desviar. Hay regularidades fuertes como el incremento del gasto público, el uso intensivo de regulaciones, el intento de convertir al estado en un gran productor de bienes, un cierto “neo corporativismo”, pero también hay muchas diferencias de periodo en periodo respecto a cómo se constituía y funcionaba esta estatización.

Es falso que estemos ante una ruptura radical con las formas de planificar y gobernar que ha conocido Venezuela: el chavismo tiene vínculos claros con distintas gubernamentalidades del siglo XX. Es evidente la semejanza de mecanismos como Cadivi con otros como Recadi, además de los controles de precios usados ampliamente durante el Puntofijismo, y en general hay semejanzas en gobierno y la planificación con gestiones como la de Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi. La principal diferencia de estatismo chavista con el estatismo de AD es que el chavismo tiene un gran énfasis en la distribución de la renta petrolera a nivel capilar, social: el estado se vuelve “misionero” y lo que antes se llamaba “política social” se hipertrofia y mixtura con la organización y la movilización mediante formas de organización neo corporativas como los consejos comunales. Por su parte la a esfera privada cumple en él una función diferente, más subordinada o “diluida”. Con Hugo Chávez nunca existió ninguna intención de “abolir la propiedad privada”. Nunca se ha cuestionado realmente la existencia de una esfera económica privada, solo se ha pretendido subordinarla a la pública. Enormes fortunas personales se crearon gracias al gasto público desde 1998 –recordemos solo a Arné Chacón, Wilmer Ruperti y al “Rey de Mercal”- el consumo y el consumismo se incrementaron exponencialmente pues el gasto público, día a día, termina circulando en empresas privadas y bolsillos particulares tanto por vías legales como ilegales. El gobierno no fue adverso al sector privado en general, lo fue con la fracción de este que era hostil a su gobierno y no aceptaba el tutelaje del estado. Es decir, no tuvo problema con la empresa privada siempre que fuera chavista.

La cuestión más importante en nuestros días, la debilidad de la moneda, no solo se deriva de políticas desafortunadas que al mantener el tipo de cambio excesivamente bajo favorecieron las importaciones, las corrupciones y exacerbaron las tendencias especulativas de nuestra economía. El problema p es que, a diferencia de otros países de Sudamérica, el crecimiento en general, y el del aparato productivo en particular fue muy débil: para mantener en el tiempo el tipo de cambio tan bajo y el subsidio a la gasolina habría tenido que darse una enorme expansión de las exportaciones aunque fuese solo en el área petrolera-minera. La cuestión se resume entonces a la creciente debilidad de las fuerzas productivas y a porque al estado se le ha hecho tan difícil generarlas. Incluso si el gobierno hubiese querido y podido estatizar toda la economía privada, el resultado habría sido, simplemente, alguna forma de capitalismo de estado, similar al que tenemos actualmente. Los ciclos de nacionalizaciones y controles deben verse no tanto como la ejecución de un proyecto salvador o de un plan maligno, sino sobre todo, como reacciones a diferentes coyunturas adversas. Lo que se discute en Venezuela no es la viabilidad de ese capitalismo de estado en general, ni el viejo debate sobre si es posible o no planificación sino la viabilidad del “modelo” venezolano en particular. Otras formas de “intervencionismo”, “dirigismo”, capitalismo de estado, etc. están en juego actualmente en Sudamérica y en Asia y son mucho más exitosas que la venezolana. ¿O nos dirán ahora los fariseos, los escribas, que Ecuador, Nicaragua y Bolivia no son lo suficientemente “revolucionarias”? ¿Nos explicaran por qué Evo y Correa no tienen que justificarse con ninguna Guerra económica? Una economía en que el estado posee los medios de producción –y su doble, los “medios de inversión”- es también una economía capitalista, “una economía planificada es de cualquier modo una economía capitalista, esto es, una economía para la ganancia…una economía en que él espacio de la decisión, aunque definido por el poder público, está gestionada por la empresa”. El capital no se define por ser una forma privada de riqueza, se define por ser una riqueza abstracta –es decir, monetaria- que se  reproduce mediante la circulación. Es pura estupidez decir que el Banco Bicentenario es menos capitalista que el Provincial y que la relación laboral de un empleado de PDVSA con su patrón es menos capitalista que la de un empleado de EXXON con el suyo. En la práctica en un país como Venezuela un grupo reducido de gerentes y funcionarios controlan y gestionan esos medios de producción, deciden sobre las inversiones y estrategias, etc. con lo que la situación no es muy distinta a la de una gran corporación capitalista donde los gerentes gobiernan y gestionan la empresa según un poder delegado por los accionistas. La única diferencia es que el accionista- ciudadano, a diferencia del accionista común, no puede reclamar su parte del capital y venderla. Y es justamente esa alta gerencia la que exige hoy “máxima lealtad y disciplina”.

3.    La otra privatización
Mecanismos como el control de cambio o de precios son completamente instrumentales: si un paraguas no aparta el agua de nosotros y un cuchillo no corta no nos sirven para nada. Lo mismo debería decirse de un control de precios que no controla los precios y de un control de cambios que no detiene la fuga de dólares ni impide la desvalorización de facto de la moneda. Cuando pensamos en el destino de Cadivi y en toda la “teoría” del cadivismo, podemos ver que las viudas de Giordani están en todo el chavismo y no solo en los que han salido derrotados en el último lance: por muchos meses todos los que denunciaban o comentaban los enormes retrasos en las asignaciones de dólares y las corrupciones en juego eran llamados, por supuesto, escuálidos, y con la devaluación del año pasado finalmente se admite, entre dientes, que algunas solicitudes de dólares tenían más de seis meses y se hace pública la tesis del cadivismo, es decir, de que la culpa de la corrupción en una institución pública no recae en los que la gerencian, ni en sus responsables políticos, sino exclusivamente en el sector privado. Como si los empresarios, por corruptos que  sean, pudieran asignarse a mismos las divisas. Los controles se revelan así como un extraño fetiche, un cuchillo que no corta, un paraguas agujereado, al que sin embargo se defiende enconadamente desde un pensamiento infraestratégico. Es decir, en lugar de buscar los medios o tácticas adecuadas para lograr un fin –controlar los precios, evitar la fuga de dólares- se defiende a capa y espada un instrumento que no funciona. ¡A que extremos hubo que llegarse para que se dejara atrás a Cadivi! , que lenta capacidad de reacción hemos visto ¡Mucho tendría que escribirse sobre Cadivi!, sobre su resonancia con Recadi –hasta ahora solo señalada por Luis Brito  García6- sobre como benefició sobre  todo a  las clases medias y altas,  como burocratizó la vida cotidiana, y ralentizó el capitalismo, etc.

Si la vemos desde una perspectiva pragmática, es decir, de sus efectos reales, su funcionamiento, las prácticas que implica, no es difícil ver las paradojas del pensamiento del que proviene: favoreció la difusión del uso de tarjetas de crédito y de toda la economía del endeudamiento, propició la formación de “roscas” de importadores, creo un campo abierto para todo tipo de corrupciones y para una relación siniestra entre el poder burocrático y el empresariado especulador, etc. Un tema tan humilde, tan simple como el de las compras por internet nos revela todo sobre ese engendro: al reducir al mínimo la posibilidad de comprar ciertos artículos por esa vía - principalmente los electrónicos- la población fue obligada a recurrir a los grandes importadores que iniciaron las olas delirantes de especulación que hemos visto en los últimos años: ningún comerciante hubiera podido perpetrar las especulaciones que conocemos hoy si cualquiera hubiese podido comprar la computadora y el televisor directamente al fabricante, y las estafas que se temía que hicieran los compradores –y que de todos modos se hicieron por otras vías- ¿no hubieran podido evitarse si se hubiera sistemáticamente fiscalizado aunque sea a una muestra de los compradores y viajeros desde el principio? Nótese que estamos planteando el problema desde la perspectiva de la misma burocracia de Cadivi para mostrar que, incluso en sus propios términos, había opciones distintas de funcionamiento que nunca fueron pensadas. Hay toda una pragmática burocrática aquí que exige un análisis: ¿Cadivi funcionaba como lo hacía deliberadamente para favorecer a los importadores y los comerciantes, o por el contrario, ese interés se creó desde una contingencia? ¿La pereza a la hora fiscalizar el uso de los dólares venia de la incompetencia o era una forma de complacencia con la que se esperaba complacer a la población mediante un subsidio del turismo?, ¿el empresariado de maletín es una causa o un efecto de Cadivi y el cadivismo? Son estas las preguntas que no vemos, los análisis que no se encuentran en la diatriba de las viudas. Lo que ocurrió con Cadivi también pasó con el Rey de Mercal y toda la “banca chavista” y con el subsidio a la gasolina: una medida o mecanismo contingente que parece tener un objetivo específico, genera, desde el principio, una serie de intereses creados: importadores, empresarios de maletín, contrabandistas, grupos financieros, etc.

Pero también una serie de discursos, de retoricas, etc. que insisten casi histéricamente en la maldad de la empresa privada pero no dicen nada, ni de sus relaciones con la burocracia ni del capitalismo privado nacido del comercio con el estado. Son estos agenciamientos entre lo público y lo privado –“espacios protegidos y provechosos en los que la ley pueda ser violada, otros donde puede ser ignorada, y finalmente otros donde las infracciones son sancionadas “los que están más allá de la mirada del estatismo simplón que impera en Venezuela. Que Giordani diga que la corrupción de Cadivi podía combatirse con “el peso del Ministro de Planificación y Finanzas” revela la imagen tan infantil que tienen del capitalismo de estado sus propios abogados. La corrupción es un problema estratégico: genera riquezas, organiza relaciones de poder, reproduce el capital y consolida la autoridad burocrática, pero en la perspectiva que nos ofrecen las viudas de Giordani es meramente una desviación atribuible al empresariado o a los “traidores” y todo cuestionamiento u oposición a los mecanismos concretos de la corrupción es simple neoliberalismo. Pero la cuestión es esta: ¿es posible que hubiera existido el “cadivismo”, los pranatos en las cárceles –es decir, su privatización- el contrabando de alimentos y combustible en la frontera y la cuasi-crisis bancaria de 2009 sin la colaboración y  participación de funcionarios civiles y militares de  todos los niveles?, ¿es concebible que se fuguen millardos de bolívares o toneladas de alimentos o miles de litros de gasolina sin el conocimiento de los que vigilan las fronteras virtuales y reales? ¿Cómo pueden los superiores de los Guardias Nacionales y funcionarios de prisiones que entregaron las cárceles al “capitalismo salvaje” de los pranes no haber sabido lo que ocurría en ellas, como el gabinete económico no se enteró de los millardos que se fugaban a través de Cadivi8? Y si los poderes públicos se han percatado de esto ¿por qué no hemos visto rendir cuentas a ningún alto mando militar o civil sobre cómo fue posible todo esto?, ¿Por qué la primera y raquítica “campaña anticorrupción” del chavismo no ocurre sino hasta el año pasado?... Los controles, como Cadivi, se entienden entonces en un contexto estratégico ¿Por qué entre los gobiernos de esta nueva izquierda solo Venezuela y Argentina han tenido que recurrir a ellos?, ¿Por qué no se intervino inmediatamente a Cadivi apenas se descubrió que no cumplía su función de evitar las fugas de dólares?, el burocratismo y lentitud de la asignación de dólares ¿era un resultado de la misma dinámica burocrática o es también un mecanismo de control social?, ¿se prolongó la existencia de Cadivi  por inercia burocrática  o  por la presión  de intereses “materiales” e “ideológicos”- creados?. Igual ocurre con los centenares o miles de iniciativas productivas  –agrícolas,  fabriles,  etc.-  del  estado  creadas  desde  hace  más  de  una  década: ¿Cuántas son funcionales?, ¿Cuántas sobrevivieron a su primer año? , ¿Qué volúmenes de producción en cada rubro generan?, ¿Cuántas tienen perspectivas de financiarse a mismas con sus ganancias? ¿Qué tienen en común las que han fracasado y que las que han persistido? Si han fracasado ¿Por qué? Y si han tenido éxito ¿Por qué seguimos se siguen viendo estantes vacíos? Son estas las preguntas sencillas que pocos hacen y nadie responde en medio de la cháchara de la traición, del sabotaje y de la “guerra económica”.


4.  La cuestión
Esas son las preguntas que debemos hacernos y el problema que tenemos enfrente. No si el malvado Luis Vicente León o José Vicente Rangel- proponen un paquete cuando señalan unas cuantas obviedades. No si “estamos volviendo al capitalismo”. Son las preguntas sobre nuestra situación presente y porque hemos llegado a ella y no a otra.

Por eso, cuando se critica a Giordani y sus “traidores” recurriendo a los temas estalinistas de la crítica y la autocrítica –que nunca sirvieron para nada sino como mecanismo disciplinario y humillación de subalternos y vencidos- se olvida que sus manías de atribuir todos los fracasos a la acción de agentes malignos, la carencia de análisis concretos, etc. son rasgos del funcionariado en su conjunto : En una situación en que evadir la responsabilidad de los propios actos ha devenido un género literario, donde ninguna figura pública puede hablar de misma o de sus acciones con la mínima modestia o al menos algo de realismo, donde todo el mundo es un agente de las fuerzas de la luz enfrentando la amenaza del mal y la oscuridad, no extraña ni sorprende que tengamos un debate menos sobre economía que sobre quién es el más fiel seguidor de Chávez.

Esa discusión proyecta la mentalidad de ese funcionariado que nunca es responsable de nada y que se considera a mismo sabio, benévolo y bienintencionado rodeado de enemigos que lo sabotean y de pequeñoburgueses que no lo entienden, que nunca tiene nada que ver con sus errores o fracasos9, es la mentalidad de esa socialdemocracia chimba pero pretenciosa que clama estar cambiando el mundo y agitando el universo pero no puede poner desodorantes en las tiendas. No extrañe que ante una reacción –esperemos que no tardía e insuficiente- del gobierno algunos jueguen la carta del neoliberalismo: dentro de esa grosera dialéctica habríamos de creer que todo el que recorta un gasto o traspasa una empresa del sector público al privado es neoliberal. El neoliberalismo implica que el mercado libre es el único principio de formación de los precios y una disminución no solo cuantitativa sino cualitativa del gasto público es decir, reduciendo las áreas que se supone el estado debe financiar- no es algo que esté planteado actualmente y probablemente tampoco si los antichavistas realizaran su “transición” –tan mítica como el “socialismo del siglo XXI”.

La ingenuidad del chavismo que cree que elimina el capitalismo a medida que incrementa al estado –pues capitalismo sería lo mismo que propiedad privada- es la misma lógica reactiva, negativa, que encontramos en los liberales tontos que piensan que los venezolanos: “no saben qué es la economía de mercado, el capitalismo, pues no conocen otro esquema”10 como si una hipoteca o una tarjeta de crédito o un salario no fueran lo mismo aquí que en cualquier otro país aun cuando cambien las pragmáticas y los funcionamientos. Como si lo público y lo privado fueran análogos del bien y el mal engarzados en una lucha metafísica. Mucho más débil que otros muchos socialismos del pasado a la hora de someter las fuerzas productivas nacionales a un plan totalizante, mucho menos eficiente que otros capitalismos  de estado de nuestros días en generar riqueza e innovaciones, el chavismo haría bien en pensar porque nos encontramos en la situación actual más allá de teorías conspirativas. No se puede criticar al gobierno por sincerar su relación con un sector privado que nunca ha tenido la capacidad ni la voluntad de eliminar a pesar de lo que piensan algunos. Todo lo que los polarizados creen es opuesto como el día y la noche está hace tiempo reconciliado en el masivo capitalismo de estado chino y en algunas economías del sudeste asiático: ¿será que invocando el modelo chino lograremos la “reconciliación” que anhelan los sentimentales? La cuestión de si es posible un mundo distinto al del capitalismo no puede ser resuelta por la simple estatización.

En América Latina parecemos padecer ciclos de estatismo seguidos de ciclos de liberalismo  –y combinaciones de los dos- en forma casi periódica. “una economía planificada es posible y tal vez oportuna” pero no puede jugar ningún papel en la realización de otros mundos si lo público se sigue definiendo en función de la representación, de lo corporativo y lo burocrático y la única “alternativa” que tenemos ante esto son las ingenuidades de la “participación”. Solo en relación a la dimensión completamente distinta de lo común, a la producción de riquezas comunes, recursos comunes, indivisibles y accesibles inmediatamente para todos es posible terminar la redundancia entre capitalismo y estado: un ecosistema de riqueza inmediatamente accesible tal como ocurre en las comunidades “primitivas” con el agua y las semillas y en el software de código abierto. “…al final lo que ha devenido necesario es lo más imposible”: Una estrategia para la creación de esos comunes: espacios urbanos, conocimiento e innovaciones, nuevos vínculos sociales etc. que cambien a su vez la forma como definimos lo privado y lo público, informándolos con relaciones políticas distintas a las corporativas, empresariales o representativas. Esa es la única esperanza de romper el círculo vicioso del estado y el capital que es también el círculo vicioso entre las viudas de Giordani y las viudas del paquete.

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